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El mar oculto: Ignoto de Davo Valdés de la Campa

Ignoto

Ignoto 
Davo Valdés de la Campa
Secretaría de Cultura de Morelos, Colección La Hogaza, Trazos/10
México, 2013

por Ana Martínez Casas

Ignoto de Davo Valdés de la Campa es un viaje del poeta en búsqueda del mar. Cada una de las tres partes en las que está dividido el poemario –“Aridez”, “Vaivén” y “Vía”– es una etapa del viaje, que culmina, finalmente, en el descubrimiento y en la metamorfosis del poeta. Se da cuenta de que el mar siempre estuvo presente, pero oculto: lo llevaba en sus entrañas.

En “Aridez” comienza la búsqueda. El poeta se encuentra en un desierto de grietas como cicatrices candentes, de dunas de arena que se asemejan a las olas del mar abierto, donde hay navíos encallados, cadavéricos. El poeta nos hace creer que se encuentra en el punto más alejado del océano, donde el único recuerdo marítimo que queda son los fósiles de los barcos, pues alguna vez esas arenas ásperas y quemantes fueron el fondo del mar, el útero que guardó los restos de los naufragios.

Pero el mar también es árido, desierto de agua que no es tan diferente al horizonte de arenas infinitas al que se enfrenta el poeta. Jules Michelet, en su libro de ensayos sobre el mar, dice: “En todas las lenguas antiguas, desde la India hasta Irlanda, el nombre del mar tiene como sinónimo o equivalente el desierto […]. El nombre que se da al desierto, “el país del miedo”, bien pudiera haberse dado al gran desierto marítimo”. La arena del desierto y la arena del mar, entonces, se vuelven una en Ignoto, son polvo de los restos óseos de los barcos, polvo de sus esqueletos, varados o hundidos.

El desierto quiere ser árido, estéril, colmado de seres infecundos por ser la antítesis perfecta del mar. Pero los poemas de esta primera parte –como los del resto del poemario, pues el poeta asegura: “Siempre he de escribir el mismo poema”– se encuentran en una constante contradicción, manifiesta en el uso de paréntesis del primer poema. El poema es seco, pero péndulo de agua; estéril, pero ola que estalla en la costa; baldío, pero oleaje violento; infecundo, pero maremoto. Lo que revela este uso de paréntesis es que hay algo oculto en el poemario, algo que se debe descubrir. Este poemario es una búsqueda de lo ignoto, y aquello que se debe encontrar es el mar.

Además del mar, otra cosa adivino oculta en esta primera parte, árida, del poemario: el personaje de María. Mestiza, híbrida de virgen y madre, María y Tonantzin. El sincretismo de la religión católica y prehispánica de México florece y supura en la carne de cempasúchil viejo y vientre inmaculado de María, que es “la cruz parida entre petates”. Es la virgen María como amante incólume, voraz, rodeada de calaveras de azúcar y flores de cempasúchil,  que copula con un nahual en el desierto. Pero, como parte de lo ignoto del poemario de Davo Valdés de la Campa, María no es ni una ni otra cosa. No se decide, no le importa. Se contradice y es María madre de las diosas, como nuestra madre Tonantzin, la diosa azteca, cruel y benévola, de falda de serpientes y collar de corazones humanos; es María llena de gracia, María Ave María y María Eva: la mujer inmaculada, la santísima virgen, y, al mismo tiempo, la pecadora, la que se roza con serpientes, María madre de todos los vicios. Pero también es María marea. María es el mar.

En “Vaivén”, la segunda parte del poemario, el poeta ha llegado finalmente al mar. En esta parte, como un barco, navega los cuerpos. Es un poeta-barco que naufraga en el cuerpo-mar de la mujer y recorre la cartografía de sus pechos, su sexo marítimo:

Bebo con mis ojos de tu cuerpo
amalgama de hueso carne y deseo
tus piernas llueven y la cama me parece un mar
mi sexo es una barca que se aferra a la tormenta
la sangre erguida escurre por el mástil
hasta unirse a las olas
que mojan la bahía de tu vientre

La mujer –María– es el mar y, como dice Jules Michelet: “Todos sienten en ella [el mar] una amante violenta y temible que uno adora y quiere domar”. Pero el mar devora, arrastra a los barcos y a sus amantes hasta los abismos, al abismo negro, húmedo y salado de su sexo. Por eso el mar también es terrible, y como todo escritor que se acerca a él, Valdés de la Campa reconoce el terror primigenio que evoca en los hombres:

Toda nación posee sus relatos, sus cuentos acerca del mar. Homero, las Mil y una noches, nos han conservado un gran número de estas tradiciones aterradoras, los escollos y las tempestades, las calmas no menos mortíferas en las que se muere de sed en medio de las aguas, los come-hombres, los monstruos, el leviatán, el kraken y la gran serpiente marina (Michelet).

Por esta razón, Valdés de la Campa le dedica un poema que hace referencia a monstruos mitológicos y literarios: al kraken; a Cthulhu, el dios pulpo de Lovecraft, que mora en la profundidad del océano; a los tiburones blancos de aletas y dientes que desgarran, y a Maldoror, el personaje de Lautréamont que sólo encuentra su igual en la hembra de tiburón, “cuyo apetito es amigo de las tempestades” (Lautréamont), y por ésa su hambre asesina la vuelve su amante.

El mar, como algo orgánico donde reboza y muere la vida, es amante, madre y asesina, que se corresponde con el personaje de María, que es virgen, Tonantzin y muerte. El mar es algo orgánico que devora al mundo, su herida abierta: “Negro manto que brilla en el costado del mundo vuelve a emerger de la selva imponderable      Todo sangra y la herida no cierra jamás”. El mar sangra, y ahí donde humedece y nutre la tierra, crece un árbol.

Es interesante, entonces, que la única mención de María en esta parte del poemario es para llamarla María desierta. De ser fértil y mar, se vuelve desierta en el último poema.

En “Vía”, la tercera y última parte del poemario, el mar queda atrás. Incluso el primer verso que abre esta parte reza: “Ahora el mar es tan sólo una evocación lejana”. Pero el poeta, al final de su viaje, se da cuenta no de que su búsqueda ha terminado, sino que descubre que el mar se encuentra en todas partes, oculto, en los montes, el bosque, el llano, el desierto: “En el llano mortecino veo hombres con redes de pescar vacías a sus espaldas      Caminan en círculos como planetas errantes      Intentan hacer brotar el agua del suelo con golpes desesperados      Sospechan que bajo las grietas existía una marea      Recuerdan haber olido el océano en sueños      Los recuerdos son pájaros muertos en la arena”.

El poeta por fin reconoce que el mar y el desierto son uno y el mismo: “Ahora lo sabes el mar está oculto en el desierto”. Este viaje no sólo ha sido para encontrar el mar, sino que también para transformar al poeta. El poeta ha zarpado, naufragado en el cuerpo-mar de la mujer, y ahora encalla como un árbol. Imagen muy parecida a la que Michelet describe de los árboles muertos a las orillas del mar: “En las playas, las conchas disueltas levantan un fino polvo que va invadiendo, sepultando el árbol. Al cerrarse sus poros, faltándole el aire, se ahoga; pero conserva su forma y ahí se queda como un árbol de piedra, espectro de árbol, sombra lúgubre que no puede desaparecer, cautiva en la muerte misma”. El árbol altazoriano se encuentra aquí, en el centro del mar y en el corazón del poemario, pero mientras Huidobro dice: “Silencio la tierra va a dar a luz un árbol”, Valdés de la Campa contesta: “Soy un árbol      Llevo el mar en mis entrañas”. Abandona su esqueleto de barco y echa raíces en medio del mar: “He despertado convertido en árbol     El océano me recorre     Mis raíces se pierden en los pueblos fantasmas de las profundidades     Tiento las sombras y un agua turbia me alimenta     Riego semillas en las grietas     Soy un árbol    Llevo el mar en mis entrañas” y “el brillo de los astros te fecunda / germinando en la copa de mis ramas / una flor acuática María Vendaval”.

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48226_3395086050694_1741117061_oAna Martínez Casas (Cuernavaca, 1990). Narradora y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y formó parte del comité editorial de la revista La Piedra. Fue elegida en dos ocasiones para participar en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes, organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas en 2010 y 2012. Ha publicado en revistas y antologías virtuales e impresas como Punto en línea, La PiedraCoyotes sin corazón. En el 2011 obtuvo el PECDA de Morelos y ganó el Segundo Lugar en la categoría de cuento del concurso nacional Punto de partida de la UNAM. En 2012 publicó su primera plaquette de cuentos, Seis flores inmundas (Ediciones Simiente). Actualmente escribe una novela sobre ajolotes y dioses prehispánicos.

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